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Reflexiones variadas.

 


El Principio Moral y el Interés Material

Un Principio Moral se encontró con un Interés Material en un puente tan estrecho que sólo permitía el paso de uno de los dos. 

—¡Al suelo, cosa vil! —tronó el Principio Moral—. ¡Te pasaré por encima! El Interés Material se limitó a mirar al otro a los ojos sin hablar.

 —Ah —dijo el Principio Moral, vacilante—, sorteemos quién se aparta y quién pasa primero. El Interés Material mantuvo el cerrado silencio y la firme mirada.

 —Para evitar un conflicto —prosiguió el Principio Moral, un poco incómodo—, me tiraré al suelo y tú me pasarás por encima. 

Entonces el Interés Material encontró una voz, que por extraña coincidencia era la suya. —Como alfombra no eres gran cosa —dijo—. Soy un poco exigente con lo que piso. Prefiero que te tires al agua. Eso ocurrió.

 La máquina voladora.

Un Hombre Ingenioso que había construido una máquina voladora invitó a un grupo numeroso de personas a verla subir. A la hora señalada, con todo preparado, el hombre entró en la máquina y la puso en marcha. El aparato atravesó enseguida el suelo firme sobre el cual había sido construido y se hundió en la tierra perdiéndose de vista; el aeronauta apenas logró saltar fuera y ponerse a salvo. 

—Bueno —dijo—, he hecho todo lo necesario para demostrar la corrección de mis cálculos. Los defectos —agregó, echando una mirada al suelo roto— son apenas básicos y fundamentales. 

Tras esa declaración, los espectadores se le acercaron con donativos para construir una nueva máquina.

 El Patriota Ingenioso


Tras obtener audiencia con el Rey, un Patriota Ingenioso sacó un papel del bolsillo y dijo: 

—Majestad, tengo aquí una fórmula para construir blindajes que ninguna bala de cañón podrá perforar. Si la Armada Real los adopta, nuestros barcos de guerra serán invulnerables y por lo tanto invencibles. Aquí están, también, los informes de los ministros de su Majestad que dan fe del valor de mi invento. Cederé mis derechos por un millón de tuntunes. 

El Rey examinó los documentos, los apartó y prometió al hombre que daría al tesorero mayor del Departamento de Extorsiones la orden de pagarle un millón de tuntunes. 

—Y aquí —dijo el Patriota Ingenioso, sacando otro papel de otro bolsillo— están los planos de un cañón que he inventado y que perforará ese blindaje. El real hermano de vuestra Majestad, el Emperador de Bang, tiene mucho interés en comprarlos, pero mi lealtad al trono y a la persona de vuestra Majestad me obliga a ofrecerlos primero a vos. El precio es un millón de tuntunes. 

Después de recibir la promesa de un nuevo cheque, el inventor metió la mano en otro bolsillo. 

—El precio del cañón irresistible —observó— habría sido mucho mayor, Majestad, si no resultara tan fácil desviar las balas usando mi tratamiento especial de los blindajes con un novedoso… 

El Rey llamó por señas al Gran Factótum. 

—Registra a este hombre —ordenó—, y dime cuántos bolsillos tiene. 

—Cuarenta y tres, señor —dijo el Gran Factótum al concluir su trabajo. 

—Majestad —gritó el Patriota Ingenioso, aterrorizado—, uno de ellos contiene tabaco. 

—Cuélgalo de los tobillos y sacúdelo —dijo el Rey—; después dale un cheque por cuarenta y dos millones de tuntunes y ejecútalo. Hecho eso, prepara un decreto donde se declare el ingenio delito capital.

El funcionario escrupuloso

Mientras el Jefe de un ramal de ferrocarril cumplía esmeradamente con su trabajo de colocar obstáculos en las vías y manipular las agujas, recibió la noticia de que el Presidente de la compañía estaba a punto de despedirlo por incompetente. 

—¡Dios mío! —exclamó el hombre—; hay más accidentes en mi zona que en el resto de la línea. 

—El Presidente es muy quisquilloso —dijo el Hombre que había traído la noticia —; piensa que se puede provocar la misma pérdida de vidas sin necesidad de dañar las propiedades de la compañía. 

—¿Qué espera? ¿Que mate a tiros a los pasajeros por las ventanillas del tren? — exclamó el indignado Funcionario, clavando una traviesa floja en las vías—. ¿Me toma por un asesino?

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