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Sobre las Águilas.

 El águila, el grajo y el pastor.



Un águila que bajó volando desde una elevada peña arrebató un cordero; un grajo, a la vista de esto, quiso por envidia imitarla. 

Y entonces, tras tirarse con un fuerte graznido, se precipitó sobre un carnero. 

Pero al quedársele enganchadas las garras en los vellones batían sus alas sin poder librarse, hasta que el pastor, dándose cuenta de lo que pasaba, vino corriendo y lo capturó. 

Tras recortarle las alas remeras, al caer la tarde, se lo llevó a sus hijos. 

Cuando le preguntaron qué tipo de pájaro era, dijo: «Por lo que yo tengo bien entendido, un grajo; pero por lo que él se pretende, un águila.»

Así, la rivalidad con los poderosos a nada conduce y, en la desgracia, consigue el ridículo.


El águila y el escarabajo 



Un águila perseguía a una liebre; ésta se encontró sin posibilidad de ayuda, tan sólo a quien la casualidad le puso delante —había visto a un escarabajo— pidió socorro. 

El escarabajo dióle confianza, y cuando vio llegar cerca al águila rogó que no le arrebatara a quien le había pedido su ayuda.

 Y aquélla, mirando con desprecio la pequeñez del escarabajo que tenía ante su vista, devoró a la liebre. El escarabajo, lleno de rencor contra aquélla, se pasó el tiempo espiando el nido del águila y cada vez que ésta hacía su puesta el escarabajo, levantándose en el aire, echaba a rodar los huevos y los cascaba, hasta que, expulsada de todos lados, el águila recurrió a Zeus

—pues esta ave está consagrada al dios— y le pidió que le proporcionara un lugar seguro para criar a sus pollos. Zeus le concedió poner sus huevos en su regazo, el escarabajo, al verlo, hizo una pelota de estiércol, se echó a volar y cuando estuvo encima del regazo de Zeus allí mismo la tiró. Zeus, al querer sacudirse el estiércol, cuando se levantó tiró los huevos sin darse cuenta. Desde entonces, dicen que en la temporada en que aparecen los escarabajos las águilas no crían.

La fábula muestra que no hay que despreciar a nadie, pensando así que no hay nadie tan débil que, el ultrajado, no sea capaz un día de vengarse.

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