El ruiseñor y el gavilán
Un ruiseñor, posado en una alta encina, cantaba como tenía por costumbre.
Y un gavilán al verlo, como andaba falto de comida, tirándose sobre él lo arrebató.
Éste, a punto de morir, le pedía que lo soltara, alegando que él no era suficiente para saciar el vientre de un gavilán y que, si estaba falto de comida, debía buscar pájaros más grandes.
Y éste replicó: «Pero imbécil sería yo si dejando marchar el bocado que tengo a punto en mis garras me pusiera a perseguir lo que aún no ha aparecido.»
Así, también entre los humanos hay insensatos que fiados en mayores esperanzas dejan escapar lo que tienen entre manos.
El deudor ateniense.
En Atenas, un acreedor reclamaba la deuda a su deudor, éste, al principio, le pedía que le concediese un plazo, afirmando que estaba en un apuro.
Como no logró convencerle, trajo una marrana, la única que tenía, y delante de aquél la puso en venta. Acercóse un comprador y preguntó si la marrana era fértil, aquél dijo que no sólo paría, sino que lo hacía de modo singular; pues en los Misterios paría hembras, y en las Panateneas, machos.
Asombrado el comprador ante lo dicho, el acreedor añadió: «Y no te maravilles, porque ésta en las Dionisias te parirá cabritos.»
La fábula muestra que muchos, en interés de su propio lucro, no vacilan en jurar en falso cosas imposibles.
El cabrero y las cabras monteses.
Un cabrero, que sacó sus cabras a pastar, como viera que unas cabras montesas se habían mezclado con las suyas, al caer la tarde las metió a todas en su cueva.
Al día siguiente sobrevino una gran borrasca y, no pudiendo llevarlas a su pasto habitual, las cuidó dentro, echó a las suyas propias la comida justa para no pasar hambre, mientras que a las extrañas les amontonaba mucha, con la intención de apropiárselas.
Una vez pasó la tormenta, cuando sacó a todas a pastar, las monteses, tras echarse al monte, se escaparon.
El pastor les reprochaba su ingratitud, pues si ellas habían obtenido más cuidados de la cuenta le abandonaban; éstas volviéndose dijeron:
«Pues por esto mismo tenemos más precaución, porque si a nosotras, que llegamos ayer a tu lado, nos has tratado mejor que a las que están contigo desde antes, está claro que si otras se te acercan después a aquéllas preferirás más que a nosotras.»
La fábula demuestra que no hay que acoger las pruebas de amistad de los que nos prefieren a los viejos amigos, en la idea de que al hacernos nosotros veteranos, si hacen nuevas amistades, prefieren a aquéllos.
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